Fame antigua
PARTE I
El mar estaba tranquilo. Demasiado tranquilo. A la espera.
Era una calma enfermiza. Prometía tormenta con cada oscilación. Como el ojo del asesino demente que aguarda sin pestañear a su víctima.
Había pertenecido a un millonario suizo que coleccionaba relojes que obtenía en cualquier estado de conservación. Murió sin herederos y se quedó reposando en el amarre del lago Lemán. Nadie quiso el barco. Nadie salvo ellos.
—No estáis solos.
Y todos se miraron sonriendo, porque nadie confiaba en su capacidad. Se lo tomaron a broma. Ninguno quiso preguntar qué quería decir. La misma sombra cegó sus ojos y también se olvidó de lo ocurrido. Sin más preocupación ni sorpresas siguieron caminando.
El yate —azul celeste y blanco, recién acicalado como novia el día de su boda y orgulloso como un dandi en bancarrota— parecía respirar con ellos. Bufar con ellos. Bramar con ellos. O contra ellos. Al ritmo que imponían las olas del mar.
Su nombre parecía algo extraño El Silencio Azul.
La Villa Diodati cercana al lago, se alzaba orgullosa. En las ventanas hubo un leve movimiento. Una sombra parecía seguirlos. Reían, pero ninguno olvidó esa sensación al mirar la villa. Parecía que algo aguardaba. Acechaba.
La médium, más actriz que vidente, murmuró mirando las ventanas con una extraña voz:
Llegaron al amarre para ver El Silencio Azul. Una ráfaga de viento helado proveniente del barco agitó el aire aunque en el exterior no soplaba sino una cómoda brisa. El escritor frunció el ceño. Parecía haber visto algo. No dijo nada. Se quedó mirando el horizonte. Trató de mover los labios, pero no emitió sonido alguno. Una sombra cruzó su mirada y, como la médium antes, olvidó la sensación que había tenido segundos antes.
Se enamoraron enseguida del yate. Era precioso. Lucía con una elegancia fuera de lo común. Parecía proceder de otro lugar. Era tan grande que requería de permisos especiales para poder atracar en el lago.
El tipo que lo vendía. Un francés peinado hacia atrás y con un finísimo bigote que parecía subrayar la nariz. Tenía un aire lejano. Anacrónico, musitó la escultora. Los miraba con una sonrisa. La mirada era profunda y nigérrima. Sus ojos eran de una oscuridad pasmosa. No podían dejar de mirar el barco. Poco a poco el sonido de la voz con acento francés fue apagándose. Lo compraron de inmediato. Sin pensarlo. Sin reparar en que una embarcación tan magnífica parecía haber estado esperándolos toda la vida. ¿Toda la vida? Otra sensación extraña los conminó mirarse aunque no dijeron nada.
El francés facilitó su traslado al mar. De donde nunca debió salir, dijo el francés entre dientes, al verlos marchar. En el mar empezó todo.
Esta es la primera parte de Silencio Azul. La segunda se publicará el próximo lunes. No dejéis de volver para descubrir hacia dónde conduce el viaje.
Nada de lo que vieron era comparable a lo que aguardaba en alta mar. ¿Quieres saber lo que les espera?
Lee este relato y al acostarte… no mires debajo de tu cama ni dejes el armario abierto
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Aquí no hallarás frases vacías, solo literatura de género y escritos desde la trinchera de una verdad siempre incómoda.
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