Fame antigua
Hay algo maravilloso cuando se escribe; pero lo es aún más cuando alguien te lee. Maravilloso y perturbador. No me refiero al acto rutinario de pasar páginas, no. Es ese momento en que alguien atraviesa tu historia, camina por las cicatrices de tus personajes y después, con la calma de un forense, deja su veredicto abierto de par en par sobre la mesa de operaciones.
Eso es lo que ha hecho Eva Blázquez, de https://loslibrosyeva.blogspot.com, con Habitación 216. Y no solo ha dejado su opinión: ha dejado su huella.
La reseña comienza con la sinopsis —esa pequeña carnicería de palabras con la que se intenta seducir al lector— y después se adentra en la novela como quien entra en una casa abandonada: con la linterna sujeta entre sus temblorosas manos, pero atenta a todo, sin perder detalle.
Hay una escena en un hospital que me parece Brutal (Eva Blázquez - Eva y los libros).
Dice que la historia le ha mantenido en tensión de principio a fin. Que mis escenas sobrenaturales no son precisamente para almas sensibles. Que Fernando —mi protagonista— es más que un nombre; es una herida abierta buscando respuestas en un mundo donde la realidad y la locura se dan la mano en la oscuridad.
Me ha gustado especialmente cómo destaca esa “yincana contrarreloj” que es la búsqueda de Fernando, esa especie de juego macabro donde las pistas parecen tener vida propia y donde la razón empieza a oler a cadáver mucho antes de llegar a la resolución de la historia.
Ah, y menciona especialmente una escena en un hospital que, según sus propias palabras, “fue brutal”. Lo confieso: esa escena la escribí con la misma calma con la que uno corta un cable rojo o azul para evitar un desastre en una película de acción. Escribirla me hizo sentir cierto desasosiego, pero después una sonrisa curvó mis labios. Sabía que iba a explotar… y explotó.
Eva habla también del ritmo, de cómo la novela acelera hasta dejar al lector sin aliento, y del final… La idea era hacer que la novela fuese como una montaña rusa; primero va ascendiendo cadenciosa para, una vez que el convoy llega a la cima, dejarlo caer mientras va acelerando y acelerando y acelerando… Bueno, el final parece haberle dejado satisfecho. Y eso, para alguien que escribe, es casi un milagro.
Termina agradeciéndome la oportunidad de leer la historia. Soy yo quien debe dar las gracias a Eva: por leerla, por sentirla, y por dejarme este mapa de emociones que ahora comparto con vosotros.
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