Entrada más reciente

Fame antigua

Imagen
Al pie del pozo negro. La galería número tres del pozo rugió como si algo se hubiera despertado de golpe. Las entrañas de la montaña exhalaron su aliento de fuego y grisú. Una explosión seca y brutal partió la roca. Arrastrando una oleada de polvo de muerte que corrió como la pólvora por los túneles. Era como si un animal furioso quisiera dar buena cuenta de todos los mineros. Todo el pueblo se agolpó en la bocamina esperando a sus hombres. Aquel esperaba a su hermano, la otra a sus hijos, esta a su marido y la niña esperaba a su padre. Todos lloraban rezando a gritos para que Dios pudiera salvarlos. Los primeros hombres fueron apareciendo por su propio pie, con lágrimas en los ojos, boqueando como pez fuera del agua y señalando hacia abajo sin poder hablar. Algunos se tiraron al suelo exhaustos, otros trataron de respirar abrazados a los suyos. La niña no veía aparecer a su padre y el dolor fue oprimiendo su joven pecho. Cuando subieron los cuerpos, la lluvia dejó de caer...

Reflejos

A veces, los espejos no devuelven reflejos... sino ausencias.

Bates Motel para Reflejos, un relato de terror gótico


La noche de Halloween llegó como una sentencia. Durante toda tarde había caído una tormenta ventosa y feroz. A medida que el cielo se iba oscureciendo, la lluvia y el fragor de truenos y relámpagos se apaciguaban. El silencio lo envolvió todo de repente. Parecía que un manto negro abrigaba por la noche al pequeño pueblo. Un silencio tenso recorrió sus calles. 

Las hojas empapadas chapoteaban bajo los zapatos de los niños disfrazados, y las linternas en forma de calabaza iluminaban la calle, haciendo que las sombras fueran estirándose y encogiéndose casi por voluntad propia. Los niños reían y saltaban; se gastaban bromas y volvían a reír con los cuencos en forma de cráneos en las manos. 

Detrás de todos iba una niña pequeña a la que su hermana llevaba de la mano. Miraba con los ojos como platos todo lo que la rodeaba. A veces se asustaba, otras se reía. Pero siempre miraba a su hermana. La hermana mayor cuando tenía miedo apretaba la mano de la chiquilla mientras aceleraba el paso. Haciendo que la pequeña tuviese que correr tras ella. Si la casa a la que llegaban estaba decorada con objetos que dieran mucho miedo, apretaba su rostro contra la espalda de la hermana mayor. Ella acariciaba la cabeza de su hermanita tratando de tranquilizarla. Pero el sudor de sus manos indicaba que ella estaba igual o más asustada que la pequeña.

Más adelante, entre la multitud de niños que componía la anárquica fila, iban Mónica y su hermano menor, Daniel. Ambos hermanos habían hablado durante el recreo con un par de amigos del colegio. Quedaron con ellos que esa noche los acompañarían al final de la colina a pedir caramelos a la mansión. Si bien era un lugar que todos evitaban, incluso de día, a ellos les resultaba extrañamente magnético. Se cruzaron sus miradas y Daniel y Mónica vieron que los dos niños rehuían su mirada. Mónica frunció el ceño sabiendo lo que iba a ocurrir. Los dos compañeros de colegio se echaron atrás a la hora de la verdad. 

—La curiosidad mató al gato —dijo Antonio. 

Ese año iba a ser el año quisieran ellos o no. Así que, impulsados por la imprudencia de los adolescentes, decidieron visitar la casa sobre la colina.

—Pero nosotros no somos gatos, ¿verdad? —preguntó con cierta soberbia Mónica.

Apretó la mano de su hermano y comenzó a caminar orgullosa por la calle que ascendía hacia lo alto de la colina.

—No lo harán —dijo Francisco, mientras los seguía con una mirada llena de terror.

Antonio, que tampoco podía apartar la mirada de los hermanos se sobresaltó al escuchar un grito a su espalda.

—¡Truco o trato! —gritaban los niños al abrirse la puerta de la casa más cercana.  

Antonio y Francisco se aproximaron hacia el umbral de la casa y se giraron para volver a mirar a Mónica y Daniel, pero ya no había rastro de ellos. Parecía que la noche los había engullido. Sin reprimir un respingo, Francisco cogió los caramelos en sus temblorosas manos, y Antonio le animó a continuar todos juntos.

Si entras no vuelves… y tu sombra se queda..

Mónica y Daniel se detuvieron ante la arcada de la puerta de la casa. La puerta se abrió como un chirrido que helaba la sangre. Daniel miró alrededor. No hacía viento, así que no sabía que pudo abrir la puerta. Algo no estaba bien. Pero Mónica, ensimismada, tiró de él llevándolo adentro. 

Al entrar, un frío antinatural los abrazó inmisericorde, y la puerta se cerró tras ellos con un golpe seco que los hizo girarse en redondo. La casa estaba completamente vacía, pero algo en el aire les hizo sentir que no estaban solos. Cada paso que daban producía un extraño eco amortiguado que no correspondía a sus propios movimientos. Parecía como que se multiplicaban a lo largo de la habitación. 

—¿Has visto eso, Moni? —gritó Daniel con una voz un par de octavas más aguda mientras señalaba la pared más alejada.
—Es el reflejo de los coches—mintió Mónica, aunque su voz temblaba.

De pronto, las sombras en las paredes habían comenzado una extraña danza al alargarse y retorcerse, como si tuvieran vida propia. Pero frente a la casa, aunque había una calle, nadie pasaba por ahí ni siquiera en automóvil, y menos de noche. No se escuchaba el rugido de ningún motor. 

Algo en el ambiente cambió de improviso. Una risa gutural resonó desde el piso superior, seguida de un ronco susurro que parecía pronunciar su nombre:

—Mónicaaaaa… Daaaanieeeeeel…

Al fondo del pasillo que se abría ante ellos vieron una ventana. Intentaron correr hacia allá, pero el pasillo se alargaba infinitamente como si fuera de chicle. Las paredes parecían moverse al ritmo de un ensordecedor latido. Se aproximaban a ellos, cerrándose lentamente a su alrededor, como si quisiera tragarlos. Daniel gritó al notar el tacto tibio de la pared. Mónica tiró de él hacia atrás cuando vio figuras oscuras que, con los ojos brillantes, emergían de cada rincón. Abrían amenazadoramente la boca, batiendo la mandíbula y mirándolos fijamente.

Una de las sombras se acercó a Mónica por detrás y le rozó la cara con un dedo helado. Ella sintió cómo todo su cuerpo se entumecía y una voz resonó en su mente:

—¡Truco o trato! Si entras no vuelves… y tu sombra se queda.

Ahora fue Daniel quien tiró de su mano. Así, entre tirón y tirón, lograron llegar al pie de la escalera. Subieron corriendo tan deprisa que Daniel perdió uno de sus zapatos, pero al llegar al último escalón, la linterna de Mónica iluminó un espejo donde pudieron ver sus reflejos. Todo era normal, pero en esa casa nada era normal. Comenzó una escena dentro del espejo que los dejó paralizados: sus propios reflejos estaban atrapados y luchaban por salir empujando el repujado marco desde dentro.  

Giraron hacia la izquierda del recibidor y vieron que las enteladas paredes de un color verde, estaban atestadas de espejos. En los cuales se repetía la misma imagen, estaban dentro, tratando de llamarlos, gritando sin voz y con ojos llenos de terror.

Antes de que pudieran reaccionar, las sombras los comenzaron a acechar desde todas partes. Ellos recularon hasta dar con sus traseros en la pared. Entonces unas gélidas manos los atraparon por los hombros y los arrastraron hacia los espejos. Un frío absoluto los consumió. 

Cuando el amanecer llegó, la mansión parecía desierta.  El polvo volvió a posarse sobre todos los objetos, devolviéndole el aspecto de ser un lugar deshabitado. En la planta baja no podía verse ningún rastro de Mónica y Daniel… 

En la planta de arriba, el único vestigio de su paso eran sus disfraces cuidadosamente doblados en el suelo junto con el zapato de Daniel. Los espejos, oscuros y silenciosos, reflejaban lo que parecía ser… su ausencia. Desde esa noche, los espejos de la mansión reflejaban dos nuevas sombras. Cada Halloween su número sigue creciendo. 



Lee este relato y al acostarte… no mires debajo de tu cama ni dejes el armario abierto.

Pincha aquí para leer más historias que estremecen

¿Quieres saber más sobre el autor? Emilio Durán

⬆ Volver arriba

Si te apetece, puedes seguirme aquí:

Estás en el subsuelo, donde habitan las raíces, el lugar en el que este blog escarba hacia el infierno y escupe lo que encuentra. Aquí no hay frases bonitas, ni de autoayuda, ni vamos a colorear mandalas. Solo literatura oscura, crítica sin trinchera, dolor crónico y verdad sin anestesia. Si no te gusta, sigue perdiendo el tiempo con jueguecitos insulsos. Pero si algo de esto te remueve… ya no habrá marcha atrás.

Comentarios