Fame antigua
Uno a uno fueron cayendo. Fueron espectadores de la muerte del resto. Estaban en cubierta sin poder moverse. Gritando, temblando de ira y de miedo y llorando. La fuerza que los mantenía petrificados, los soltó. Uno a uno.
El magnate comenzó a brindar mientras el resto lo miraban desconcertados. Ofrecía ese líquido infecto que olía a vinagre. Él reía más al ir brindando por la mediocridad de unos y otros. Reía, pero sus ojos no. El maldito líquido encharcó sus pulmones. Murió ahogado en su propia impostura.
Un murmullo empezó a brotar de todos los rincones del barco.
La médium lloraba, pero sólo por los muertos que ahora sí contestaban, sometiéndola a un estrés terrible. Los muertos que jamás escuchó comenzaron a hablar todos a la vez, gritando en lenguas imposibles. Su cabeza no soportó el diabólico coro y estalló como un cristal
Ese sonido parecía un gemido o un gruñido.
El escritor habló en una lengua olvidada. Parecía latín, pero juró no haber aprendido esa lengua jamás. Como nunca había leído a los clásicos. Se llevó las manos a la cabeza. La presión que sentía le hacía tambalearse. Sus ojos se fueron hinchando peligrosamente. Su mueca se hizo más pronunciada y las venas de su cuello amenazaron con explotar. Todo se calmó. Él se levantó del suelo y se sacudió la ropa, sonriente. Comenzó a recitar una sátira de Marcial y su cabeza estalló por sorpresa.
Comenzó a sonar como si las olas golpeasen las rocas con vehemencia.
La modelo comenzó a arrancarse la piel del rostro como si fuese un maquillaje que retirar. Cada capa de piel que caía mostraba daba paso a otra más marchita. Parecían máscaras grotescas. Iban cayendo una tras otra. Cuando acabó con el rostro dejando un hueco liso, como una muñeca rota, se comenzó a arrancar las uñas como si algo creciese debajo, después sorbía la sangre que manaba de sus dedos. Hasta que todo su cuerpo cayó por el hueco de la cara. No dejó rastro alguno, tal era su nimiedad.
El bramido se fue haciendo más alto y más claro.
El crítico despertó entre aplausos huecos. Figuras invisibles lanzaban unos laureles que se convertían en serpientes a su contacto. Tenía espinas doradas clavadas en los ojos y, cuando fue gritar, dejó ver que su boca estaba llena de gusanos. Estaba podrido por dentro. Pero la sonrisa no se borró de su rostro. Los gusanos fueron comiéndole poco a poco. Provocó náuseas y vómitos en el resto. Los gusanos fueron haciéndose más grandes a medida que se lo iban comiendo. Hasta que una ráfaga de viento los arrojó fuera del barco. Ahogándolos en el mar de los elogios falsos.
Era como si un trueno devastador se hubiese concentrado en el barco.
El viento sopló y la vela se convirtió en una pantalla de cine. En ella se proyectaba su propia muerte. El director había escrito el guión de su propia muerte en una servilleta. Que, sin saber cómo, llevaba en su mano crispada: Int. camarote. Hombre solo. Es un fracaso. Se suicida. Y obedeció la escena. Abrió su garganta con un abrecartas que había cogido de su camarote y se lanzó al agua. Nadie aplaudió. Nadie lo premió. Unos bultos oscuros emergieron del agua, raudos, y comenzó a salpicar sangre. No se veía más que el rojo de la sangre y dientes, muchos dientes.
El sonido parecía ir bajando de intensidad y subiendo en nitidez.
La heredera, vio cómo un cofre vacío apareció a sus pies. Lo abrazó como si fuese un tesoro y saltó con él al mar huyendo de la codicia del resto. Mientras caía fue consciente de su propia nada, se hundió en el mar sin dejar rastro, salvo el sonido de un candado cerrándose bajo el agua.
Las risas eran roncas y completamente nítidas. Iban aumentando más y más su volumen.
La última en caer fue la escultora. Se aferró al mástil todo lo que pudo, mientras gritaba desesperadamente rogando que todo se detuviera. Lloraba mientras el barco, con una paciencia imposible, la esperaba. Sus manos se endurecieron y resquebrajaron como yeso viejo. Luchó contra el dolor. Resbaló por la cubierta, tratando de aferrarse al suelo. Alguna uña se le saltó, pero tenía tanto miedo que era inmune al dolor. Cuando cayó al agua se había convertido en una estatua horrenda.
Las carcajadas se hicieron más fuertes, estremeciendo todo el barco. De pronto, se detuvieron.
La pintura celeste y blanca se desgajó, cayendo a jirones, hasta mostrar la verdad en tonos de negro y rojo sangre. Entonces, el barco entero tembló y, en medio del crujido de la madera, resonó una voz terrible:
—El mar no reclama cuerpos. Reclama almas. Almas de náufragos a la deriva de su propia vida.
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