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Fame antigua

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Al pie del pozo negro. La galería número tres del pozo rugió como si algo se hubiera despertado de golpe. Las entrañas de la montaña exhalaron su aliento de fuego y grisú. Una explosión seca y brutal partió la roca. Arrastrando una oleada de polvo de muerte que corrió como la pólvora por los túneles. Era como si un animal furioso quisiera dar buena cuenta de todos los mineros. Todo el pueblo se agolpó en la bocamina esperando a sus hombres. Aquel esperaba a su hermano, la otra a sus hijos, esta a su marido y la niña esperaba a su padre. Todos lloraban rezando a gritos para que Dios pudiera salvarlos. Los primeros hombres fueron apareciendo por su propio pie, con lágrimas en los ojos, boqueando como pez fuera del agua y señalando hacia abajo sin poder hablar. Algunos se tiraron al suelo exhaustos, otros trataron de respirar abrazados a los suyos. La niña no veía aparecer a su padre y el dolor fue oprimiendo su joven pecho. Cuando subieron los cuerpos, la lluvia dejó de caer...

Cenizas en la división

El incendio no distingue, sus etiquetas sí.


Cenizas en la división

A día de hoy, aún siguen activos aproximadamente veinte incendios en España. Los más graves son los que afectan a las provincias de Ourense, Extremadura, León y Zamora. Han fallecido ocho personas, los heridos son incontables y han ardido más de 350.000 hectáreas, en lo que va de año. 

Nuestros amigos, los políticos, esos seres poseedores de una luz especial, son incapaces de hacer más que insultarse y culparse unos a otros. Diputación a Comunidad y esta a Estado. De ahí al ayuntamiento de turno y vuelta a comenzar. Un, dos, tres. Como si de una yenka salvaje y perversa se tratase. 

Hay que entenderlo: eso es menos lesivo para su integridad que remangarse y colocar su hombro junto al del ciudadano que se juega la vida enfrentándose al humo y la llama.


El humo no tiene voto, pero parece ser que sí da votos. Aunque cubre por igual los campos y las ciudades, nunca llega a los despachos. La ceniza cae lenta, como nieve que todo lo mancha.


Las sirenas atraviesan un silencio tan denso que parece llorar.

Todo es en blanco y negro… hasta que el fuego irrumpe con un rojo obsceno, recordándonos que el color también puede herir.


Entre lágrimas de rabia de quienes perdieron casas y recuerdos, y la risa nerviosa de quienes graban vídeos por un par de likes, la escena adquiere un matiz grotesco.


El fuego no distingue: devora con la misma voracidad la alegría y la tristeza.

El país arde, y con él arden también las contradicciones de una sociedad que presume de memoria en tecnicolor pero entierra sus raíces en monocromo.

El país que no cuida sus raíces termina ardiendo en silencio.


El fuego no pregunta. No distingue entre un árbol centenario o una choza olvidada, entre creyentes o ateos, inmigrantes o terratenientes, heterosexuales u homosexuales. Lo arrasa todo con la misma rabia.


Y frente a él, la única respuesta posible es la unión. Sin preguntas ni etiquetas: solo sudor, lágrimas y rabia.

Manos que pasan cubos de agua, gargantas secas que gritan y señalan las llamas, cuerpos exhaustos que se relevan en silencio.

En esas horas de ceniza no existe ni izquierda ni derecha, ni cristiano ni musulmán, ni LGTBI ni hetero. Solo personas, humo y resistencia.


Quizá ahí esté la última esperanza: descubrir que, para apagar un incendio, lo importante no es la etiqueta, sino la voluntad de salvar lo que aún no ha ardido.

"El fuego no pregunta. No distingue entre un árbol centenario o una choza olvidada, entre creyentes o ateos, inmigrantes o terratenientes, heterosexuales u homosexuales. Lo arrasa todo con la misma rabia" 


Las llamas nos igualan en la destrucción. Pero deberíamos igualarnos también en la reconstrucción. Sin permitir que nos roben desde cómodos despachos.


Porque lo que de verdad temen los políticos no son las llamas:

temen vernos unidos apagándolas. Temen comprobar que, como en la DANA, solo el pueblo salva al pueblo.


Si te apetece, puedes leer la entrada sobre la DANA puedes haerlo pinchando aquí

Por eso alimentan trincheras ideológicas, fronteras invisibles, banderas contra banderas. Y cuando ven piel con piel, lágrima con lágrima y dolor con dolor, unidos en una meta común, tiemblan. Porque sus fronteras arden igual que nuestros bosques.


Mientras ellos fabrican panfletos y relatos, hay quienes, sin hacer ruido, arriesgan la vida saltando la barrera para ayudar. Los demás, cómodos frente a la pantalla, solo amplifican su polarización.


Pero la ceniza nos iguala y tapa sensibilidades: y ahí el poder se tambalea.


Ya es hora de recordárselo a quienes gobiernan desde la comodidad de sus despachos:

ninguna ideología apaga un incendio ni detiene una riada.


El fuego lo devora todo; lo único que puede detenerlo es lo que ellos más temen: vernos unidos.

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        Alas sin cielo

        Valencia no olvida 

 


Lee este relato y al acostarte… no mires debajo de tu cama ni dejes el armario abierto.

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