Fame antigua
El humo no tiene voto, pero parece ser que sí da votos. Aunque cubre por igual los campos y las ciudades, nunca llega a los despachos. La ceniza cae lenta, como nieve que todo lo mancha.
Las sirenas atraviesan un silencio tan denso que parece llorar.
Todo es en blanco y negro… hasta que el fuego irrumpe con un rojo obsceno, recordándonos que el color también puede herir.
Entre lágrimas de rabia de quienes perdieron casas y recuerdos, y la risa nerviosa de quienes graban vídeos por un par de likes, la escena adquiere un matiz grotesco.
El fuego no distingue: devora con la misma voracidad la alegría y la tristeza.
El país arde, y con él arden también las contradicciones de una sociedad que presume de memoria en tecnicolor pero entierra sus raíces en monocromo.
El país que no cuida sus raíces termina ardiendo en silencio.
El fuego no pregunta. No distingue entre un árbol centenario o una choza olvidada, entre creyentes o ateos, inmigrantes o terratenientes, heterosexuales u homosexuales. Lo arrasa todo con la misma rabia.
Y frente a él, la única respuesta posible es la unión. Sin preguntas ni etiquetas: solo sudor, lágrimas y rabia.
Manos que pasan cubos de agua, gargantas secas que gritan y señalan las llamas, cuerpos exhaustos que se relevan en silencio.
En esas horas de ceniza no existe ni izquierda ni derecha, ni cristiano ni musulmán, ni LGTBI ni hetero. Solo personas, humo y resistencia.
Quizá ahí esté la última esperanza: descubrir que, para apagar un incendio, lo importante no es la etiqueta, sino la voluntad de salvar lo que aún no ha ardido.
"El fuego no pregunta. No distingue entre un árbol centenario o una choza olvidada, entre creyentes o ateos, inmigrantes o terratenientes, heterosexuales u homosexuales. Lo arrasa todo con la misma rabia"
Las llamas nos igualan en la destrucción. Pero deberíamos igualarnos también en la reconstrucción. Sin permitir que nos roben desde cómodos despachos.
Porque lo que de verdad temen los políticos no son las llamas:
temen vernos unidos apagándolas. Temen comprobar que, como en la DANA, solo el pueblo salva al pueblo.
Si te apetece, puedes leer la entrada sobre la DANA puedes haerlo pinchando aquí
Por eso alimentan trincheras ideológicas, fronteras invisibles, banderas contra banderas. Y cuando ven piel con piel, lágrima con lágrima y dolor con dolor, unidos en una meta común, tiemblan. Porque sus fronteras arden igual que nuestros bosques.
Mientras ellos fabrican panfletos y relatos, hay quienes, sin hacer ruido, arriesgan la vida saltando la barrera para ayudar. Los demás, cómodos frente a la pantalla, solo amplifican su polarización.
Pero la ceniza nos iguala y tapa sensibilidades: y ahí el poder se tambalea.
Ya es hora de recordárselo a quienes gobiernan desde la comodidad de sus despachos:
ninguna ideología apaga un incendio ni detiene una riada.
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