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Fame antigua

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Al pie del pozo negro. La galería número tres del pozo rugió como si algo se hubiera despertado de golpe. Las entrañas de la montaña exhalaron su aliento de fuego y grisú. Una explosión seca y brutal partió la roca. Arrastrando una oleada de polvo de muerte que corrió como la pólvora por los túneles. Era como si un animal furioso quisiera dar buena cuenta de todos los mineros. Todo el pueblo se agolpó en la bocamina esperando a sus hombres. Aquel esperaba a su hermano, la otra a sus hijos, esta a su marido y la niña esperaba a su padre. Todos lloraban rezando a gritos para que Dios pudiera salvarlos. Los primeros hombres fueron apareciendo por su propio pie, con lágrimas en los ojos, boqueando como pez fuera del agua y señalando hacia abajo sin poder hablar. Algunos se tiraron al suelo exhaustos, otros trataron de respirar abrazados a los suyos. La niña no veía aparecer a su padre y el dolor fue oprimiendo su joven pecho. Cuando subieron los cuerpos, la lluvia dejó de caer...

Donde empieza la dignidad

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Un trayecto ordinario, un asiento cualquiera, un día normal y una mujer cansada de tanta estupidez.  El cansancio ancestral Rosa Parks salió arrastrando los pies de su trabajo en la tienda de Montgomery Fair. Pero no era un cansancio físico. Era más profundo. Era el tipo de agotamiento que se deposita en el alma ok como un carbón húmedo. Una fatiga que, cuanto más la quieres sacudir, más te ensucia. Esa pesadez que se hereda, te acompaña y te habla por las noches cuando no puedes dormir. Si hubiesen podido dialogar ella y el autobús 2857 se habrían comprendido tanto… Rosa se sentó en la zona para personas negras, como dictaba la estúpida ley —otra muestra brillante de que, cuando la estupidez humana rige una comunidad cualquiera, solo sabe prohibir y llenarse de imbéciles normas—. Se colocó el bolso en el regazo, más por costumbre e inercia que por miedo. Era un movimiento de quien se prepara para un trayecto más y pensó en sus cosas mientras el autobús avanzaba entre las gé...

Confesión de Elías Cromwell

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Diario perdido de los colonos que desaparecieron en 1621 Aún recuerdo el sonido del mar aquella mañana, cuando el reverendo Northwood ordenó que todos los varones nos reuniésemos en cubierta para iniciar el momento de la oración. El barco crujía bajo el peso de su propia debilidad, y el aire estaba tan quieto que parecía observarnos. Las palabras pronunciadas por el reverendo en el sermón parecían suspendidas en la bruma. Flotaban entre nosotros imprimiendo un efecto temible entre los ateridos marineros. Fingí rezar, como siempre hacía en esos momentos, inclinando la cabeza, mirando a todas partes y moviendo los labios sin voz. En verdad no creía que el Señor nos mirase. Ese inhóspito mar oscuro no podía albergar ninguna bondad. ¿Qué dios justo podía permitir que unos fieles cruzasen un océano de pestilencia y hambre para morir entre retortijones y fuertes fiebres yendo a tierras extrañas? A mi lado, el reverendo gemía con fervor: “Que el Altísimo guíe nuestras manos, que nos lib...

Habitación 216, una presentación.

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Segunda presentación de Habitación 216 Acabo de llegar a casa después de la presentación de mi novela: " Habitación 216"  en el Teatro Municipal Princesa Doña Leonor en Boadilla del Monte. Al principio se han unido en mí una mezcla de expectación y tranquilidad. Entre los amigos que se han acercado, he encontrado algunos lectores interesados en la historia de Fernando y su viaje entre el duelo y el miedo. Al abrir las puertas, unas diez o doce personas han comenzado a entrar. Algunas conocidas, otras nuevas, todas ilusionadas ante el espectáculo que iban a presenciar. Gracias a un ambiente tranquilo, íntimo y casi doméstico me permitió sentirme cómodo y concentrado desde el primer momento. He colocado cuidadosamente los ejemplares en la mesa y habiendo respirado profundamente miro el bodegón que he colocado en la mesa. No ha asistido un grupo brutal de gente. Más bien ha sido uno pequeño. Pero, eso sí,  se han mostrado atentos, curiosos y amables. Gracias a esa cercanía se p...

El huésped

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Convivir con el dolor crónico. Recordaba cada día el momento exacto en que el médico pronunció la frase que partió su vida en dos: “Tiene que aprender a vivir con dolor. Le acompañará el resto de su vida.” No hubo consuelo posible después de aquellas palabras. Durante semanas, Tomás se rebeló con todas sus fuerzas. Rehabilitación. Acupuntura. Pilates. Natación terapéutica. Masajes. Respiración consciente. Lo probó todo —absolutamente todo— con la obstinación de quien aún cree que lo imposible puede doblegarse por insistencia. Pero la evidencia terminó por derrotarlo. Cada intento fallido añadía un peso más a su espalda, justo encima del dolor físico, como si se fueran acumulando pequeñas losas invisibles. Había dejado de hacer planes con los amigos. No podía comprometerse a nada porque siempre, siempre, sin excepción, el dolor encontraba un modo de recordarle que él no mandaba. Si planeaba algo, cualquier cosa —un café, un paseo, un cine—, la espalda se inflamaba, ardía, latía con un...